Tres días antes de empezar el rodaje me he quedado sin voz (supongo que por tener que hablar tanto y por los malditos aires acondicionados). Siempre me pasa algo la semana antes, eso significa que estamos preparados para empezar a rodar.
Excepto comer con Chavela Vargas (una emoción siempre infinita), los últimos tres días los he pasado en un silencio conventual, como diría ella. Dirigir una película es hablar durante toda la jornada, con todo el mundo y generalmente con varias personas a la vez. Ser director consiste en responder cada día a cientos de preguntas, tanto si sabes la respuesta como si no, el equipo necesita que le respondas para poder funcionar, aunque te equivoques.
“Los amantes pasajeros” cuenta la historia de un grupo de personas atrapado en un único decorado, y desconectado del exterior. La escritura del guión empezó como un capricho cómico y ha acabado como una comedia coral, moral, oral e irreal, o irrealista. He tratado de dejar la realidad a un lado, aunque a veces la realidad se cuela sin que te des cuenta. No he tenido ninguna referencia cinematográfica consciente durante su gestación, está más presente el teatro, incluso la televisión, y mi claustrofobia, que el cine. Soy de ese tipo de directores a los que les influye la televisión aunque no la vea. Me horroriza y a la vez me fascina la nueva narración televisiva.
En cualquier caso, la palabra es la gran protagonista. Siempre he confesado que mi vocación era convertirme en un gran novelista, mientras esperaba y me ejercitaba para cuando llegara ese momento he escrito un montón de guiones, pero con el tiempo no me he convertido en un gran novelista, ni siquiera en un novelista, supongo que en los últimos guiones es dónde más se percibe la nostalgia de la narración novelesca, pero escribí “Los amantes pasajeros” desde otra nostalgia, la del teatro. Mis películas le deben mucho al teatro, están llenas de escenas de dos, a veces de indisimulados monólogos. En esta hay más personajes de lo habitual pero menos espacios que nunca.
Se han hecho varias películas sobre un grupo atrapado, que no puede salir de donde está, (y la televisión está llena de concursos claustrofóbicos y de supervivencia) desde “El ángel exterminador” de Buñuel, hasta “Buried” de Rodrigo Cortés donde todo ocurre en el mínimo espacio imaginable, un ataúd. El reto es tan difícil para el personaje enterrado como para el director que tiene que contar su historia.
El reto de mis “pasajeros” es que deben luchar contra su angustia, sus miedos y sus fantasmas sin la ayuda de la tecnología, (algo que hoy es difícil de imaginar) sin imágenes que les entretengan, les informen, o les anestesien. Desnudos, sin iphones, videos de películas, Internet, ipads… condenados a ser ellos mismos, rodeados de desconocidos. Además de la lectura, el arma de los atrapados en un solo espacio es la palabra, la palabra para relacionarse, desahogarse, mentir, mentirse, reconocer que se ha mentido, seducir y ser seducido, compartir, luchar contra el miedo, la soledad y la idea de la muerte. Palabra desvergonzada, patética, artificiosa, divertida, exagerada, frágil, engreída, rota, complaciente, hedonista, libérrima y sobre todo entretenida (que me perdone Borges por usar tantos adjetivos).
Me acompañan en esta aventura maravillosos intérpretes, ahí van algunas fotos de ensayos y pruebas de cámara. José Luis Alcaine será una vez más el maestro de la luz, Pepe Salcedo, el mejor montador soñado y Alberto Iglesias, el compositor de la música.
“Los amantes pasajeros” será mi película número 19. Solo puedo decir que la pasión y la incertidumbre son las de siempre. Me siento como en “Pepi”, pero con más canas.
Pedro Almodóvar
9 de julio de 2012